Como muchas mamas, me pongo un poco nostálgica
limpiando los contenedores de juguetes y los estantes. Probablemente estoy tan
apegada a los juguetes viejos de mis niños como ellos.
No es que no me hayan enfadado con el paso de los
años. Cualquier padre puede relacionarse con los horribles empaques; las
instrucciones en jeroglíficos; las piezas faltantes; y como no las tres horas
de fila para la primicia de un juguete nuevo.
No importa cuántas piezas haya perdido gracias a la
aspiradora, estas piezas de juguetes de mis niños, siempre tendrán un lugar
especial en mi corazón. Aun así, soy gran creyente de pasar los juguetes en
buena condición a otros niños para que los sigan disfrutando. Al darme cuenta
que ya no son recordados, los envío de vuelta al mundo donándolos a la caridad
o dándoselos a algún amigo con niños más pequeños.
Hay pocas cosas de las cuales no puedo ni podre
separarme nunca: el elaborado tren de madera azul, basado en una caricatura que
les fascinaba; y un set de cubos de madera de preescolar que eran míos cuando
era niña. No es que estos juguetes sean particularmente caros (aunque me podría
haber comprado una locomotora de verdad con la cantidad de dinero perdido por
la obsesión de mis hijos en ese set de madera) o que piense que mis hijos los
volverán a usar algún día. Es solo que son parte de nuestra historia y no puedo
deshacerme de ellos aún, incluso a medida que se sustituyen por juguetes más
nuevos, juegos de mesa complicados, y por supuesto, electrónicos.
Durante mí más reciente purga de juguetes hice un
grandioso re-descubrimiento… una vieja y clásica que nunca se le ha negado la
bienvenida a casa: tiza. Probablemente estamos por el décimo conjunto de tiza;
La remplazo una y otra vez sin pensarlo demasiado. No sé si técnicamente sea un
juguete o un utensilio para hacer arte, pero la tiza ha traído muchas horas de
diversión y felicidad a la vida de mis hijos y no muestra indicios de querer
irse.
Cuando eran pequeños, mis niños no superaban la
novedad de que podían garabatear la acera después de que habían sido regañados
por dibujar en las paredes, estaban demasiado encantados por el hecho de que
tenían libre pensamiento artístico sobre la acera. Eh fotografiado decenas de
sus creaciones desde mi ventana, tan hermosos que duraban hasta que se los
llevaba la lluvia. Con forme iban creciendo, descubrieron más usos para la
tiza: mensajes, el avión y más recientemente, elaborados juegos de rol que los
llevan a hacer cosas como cárceles y fortalezas.
La tiza no es cara, mantiene a los niños fuera y, lo
mejor de todo, no usa baterías. En mi libro eso es genial. En esta ocasión
estoy abasteciéndolos con un nuevo conjunto de tiza, esta vez son colores neón.
No puedo esperar a ver lo que hacen con eso. No soy una artista, pero mis niños
sí que lo son. Por lo menos, puedo contribuir con un delicioso refrigerio,
Súper Palomitas de Caramelo que no Fallan es un amigable platillo que satisface
sus grandes apetitos de niño y alimenta su imaginación.
Súper Palomitas de Caramelo que no Fallan
Rinde: 2 ½
Ingredientes
· 3 cuartos de palomita de maíz
reventado
· 1 taza de azúcar morena empaquetada
· ½ taza de mantequilla (1 barra),
cortado en cubitos
· ¼ taza de jarabe de maíz
· ½ cucharadita de sal
· ½ cucharadita de bicarbonato de sodio
Preparación
1. Coloque las palomitas de maíz en un
tazón grande; remueva los granos sin reventar
2. Rocíe una bandeja para hornear grande
con aceite en aerosol; dejar de lado
3. En una olla profunda grande, mezcle el
azúcar morena, la mantequilla, el jarabe de maíz y la sal a fuego medio hasta
que estén bien mezclados. Aumenta el fuego y llevar a ebullición.
4. Retire la sartén del fuego y agregue
el bicarbonato de sodio (la mezcla hará espuma). Revuelva las palomitas de maíz
en la mezcla caliente rápidamente. Extienda sobre la bandeja para hornear
preparada y deje enfriar
5. Rompa en pedazos pequeños y sirva
inmediatamente o almacénelos en un recipiente hermético.
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